Piratas, los predadores del mar

Canarias fue durante los siglos XV y XVI el gran escenario de la piratería mundial. A pesar de lo que se cree, el famoso pirata tinerfeño «Cabeza de Perro» jamás existió, y todo apunta a que fue una creación literaria.

Las historias de piratas son evocadoras. Los relatos de marineros errantes sin más patria que el mar inspiran ideas de libertad, no solo respecto a las cadenas físicas, sino a las que forjan la moral. Por eso la idea romántica del pirata resulta tan atrayente, aunque el verdadero rostro de los bucaneros y corsarios no era tan amable como el que relata la ficción. De hecho, una característica común era su extremada crueldad. Canarias fue objetivo constante de los piratas. Hay constancia de que ya en el s. XV se produjo un asalto a las Islas. Y hasta después del descubrimiento de América, no cesarían los ataques al Archipiélago. Manuel de Paz, catedrático de Historia de América en la Universidad de La Laguna (ULL), recoge en su obra «La piratería en Canarias, ensayo de historia cultural», cientos de anécdotas relacionadas con esta modalidad de pillaje en las Islas y se trata de uno de los trabajos más completos en este campo.

El catedrático sitúa a Canarias durante el período entre los siglos XV y XVI como «el gran escenario de la piratería mundial. Fundamentalmente por su situación en la ruta de las Indias». El primer ataque pirata documentado ocurrió en 1415.

Incluso se dieron situaciones curiosas en esos ataques, un ejemplo claro es «un asalto protagonizado por piratas portugueses que se aliaron con los indígenas para atacar a los conquistadores españoles». De Paz insiste también en hablar de varios tipos de piratería, entendiendo al pirata como «un predador de los mares», mientras que los corsarios como Drake o Nelson «eran unos navegantes al servicio de sus respectivas potencias, las cuales les otorgaban lo que se conocía por la patente de corso». No obstante, «existen datos contrastados de que los corsarios también realizaban en ocasiones actos de piratería».

El ataque de «Pata de Palo»
De Paz asegura que los piratas eligieron Canarias como lugar para llevar a cabo sus asaltos por varios motivos. «En primer lugar por el hecho de ser un lugar estratégico en la ruta de Las Indias», ya que los navíos mercantes llegaban a sus puertos y suponían una estupenda fuente de riqueza, que además estaba desprotegida. «Y por otra parte, los ataques de los corsarios al servicio de otras potencias era una forma de debilitar a Castilla». El doctor recuerda el caso de François Le Cler, o más conocido como «Pata de Palo», que arrasó la ciudad de Santa Cruz de La Palma en el s. XVI. En el ataque ocasionó daños considerables a diversos edificios, entre ellos el del Ayuntamiento, que quedó reducido a cenizas, como gran parte de la ciudad. Ningún ciudadano sospechó que aquel 21 de julio de 1553 estaría destinado a estar marcado en el calendario histórico de La Palma a sangre y fuego.

Las primeras naves fueron avistadas a las tres de la madrugada de dicha fecha. Siete velas extendidas hacían su aparición por la zona norte de la isla. Los vecinos creyeron que eran españoles, por lo que en ningún momento temieron mal alguno. Sin embargo, los tripulantes de dos navíos flamencos, que se habían refugiado en La Palma después de huir de esas mismas naves, aseguraron a los habitantes que se trataba de corsarios franceses. Lamentablemente nadie les creyó y los corsarios comandados por «Pata de Palo» llegaron a la ciudad y buscaron con ansia las riquezas de aquel lugar.

En su entrada a la ciudad asesinaron de un disparo a un clérigo que pasaba por allí y a otro vecino que no tuvo tiempo de escapar. Los franceses cargaron sus naves de alimentos y otros tesoros, al tiempo que se llevaban secuestradas a varias personalidades destacadas del lugar. Durante 13 días tomaron Santa Cruz de La Palma y no la abandonaron hasta esquilmar sus recursos y gracias a la presión ya insostenible para los invasores de la milicia isleña. Sin embargo, antes de escapar los palmeros atraparon a un sobrino de «Pata de Palo» y lo ejecutaron atravesando su cuerpo con una espada. Esto provocó la ira del pirata, que mandó quemar la ciudad, que quedó reducida a cenizas.

Nelson
Pero el ataque pirata a Santa Cruz de La Palma no fue el único asalto de este tipo, ni mucho menos; durante años los intentos de tomar varias ciudades isleñas no cesaron. Tal y como recoge la obra de De Paz, uno de los más recordados en Tenerife es el ocurrido en 1797 a manos del vicealmirante Horacio Nelson, un corsario al servicio de la armada británica. Nelson convenció a sus superiores de que la campaña en Tenerife sería casi un paseo militar y no encontraría resistencia en su toma de la isla. Sin embargo, los milicianos isleños le presentaron una dura batalla, en la que el corsario perdió uno de sus brazos después de ser alcanzado por la artillería. Finalmente, los canarios repelieron el ataque de los británicos.

Contra todo pronóstico, el resultado de aquel ataque sería de 23 isleños muertos y 38 heridos. Mientras que por el lado de los invasores se registraron 226 fallecidos y 123 heridos, entre ellos el propio Nelson. Al pirata no le quedó más remedio que huir sin ver cumplido su propósito.

En el caso de Gran Canaria, en 1599, concretamente el 26 de julio, llegó una escuadra holandesa de 74 naves a Las Palmas de Gran Canaria. De ella desembarcaron más de 2.000 soldados que tomaron la ciudad durante días. Los ciudadanos tuvieron que huir al interior de la isla y refugiarse en zonas boscosas. Los invasores no logran penetrar en las posiciones tomadas por los isleños, que les hacen frente en sus localizaciones defensivas. Esto provoca la reacción colérica de las tropas holandesas que saquean la ciudad y la incendian. Algunos edificios emblemáticos escaparon de la quema.

Ese mismo año, el pirata Van der Does llegó a La Gomera, donde desembarcó tras cañonear las defensas de la isla, obligando a sus habitantes a huir de la capital. Sin embargo, poco después tuvo que marcharse, ya que los ataques de los milicianos fueron constantes e ininterrumpidos. Eso sí, antes de huir saqueó e incendió el pueblo.

No se debe obviar que también existieron piratas canarios. Quizá el más conocido fue Amaro Pargo. Un hombre nacido en La Laguna en 1678. Gracias a su habilidad para los negocios y el comercio hizo una fortuna que le sirvió para hacerse con numerosas propiedades en Tenerife. El catedrático Manuel De Paz asegura que «para algunos de sus proyectos se sirvió de la patente de corso, lo que le granjeó una considerable fama de pirata». De profundas creencias religiosas, entabló una fuerte amistad con Sor María de Jesús, más conocida como «La Siervita de Dios», que descansa en un sarcófago que él mismo cedió para su entierro.

El pirata que nunca existió
Sin embargo, también se ha dado vida a bucaneros que jamás existieron. Este es el caso del famoso pirata «Cabeza de Perro», un supuesto saqueador nacido en San Andrés, en Tenerife, cuyo apodo era debido a su deforme cabeza y dentadura desproporcionada y que presuntamente actuó a finales del s. XIX. El propio De Paz dedica en su obra un capítulo a este supuesto pirata y lo hace con un ilustrativo título: «“Cabeza de Perro”, el pirata que nunca existió». Para el autor no es más que la invención del escritor Aurelio Pérez Zamora, «que sin duda se inspiró en la figura de Amaro Pargo para crear a este personaje».

Este pirata, de nombre Ángel García, supuestamente era un bucanero con fama de cruel y despiadado. Con serios problemas para razonar. Sin embargo, hay un suceso en su vida de marinero que lo hace abandonar la piratería. Se trata del momento en el que abordan a un navío y ordena arrojar al mar a una madre con su pequeño. El llanto del niño ya nunca lo abandonará y herido por la culpa decide volver a su tierra natal.

Allí sería detenido y ejecutado. Antes de morir encomienda su alma a la Virgen y se arrepiente de sus pecados. Además, el escritor Aurelio Pérez lo vincula con una religiosa cubana llamada Sor Milagros. Por ello, De Paz considera que «es una clara influencia que tuvo en García la figura de Amaro Pargo».

Por otra parte, no hay constancia alguna ni en Canarias ni en América de la existencia de tal pirata. A pesar de lo característico de su aspecto y de sus afamadas hazañas. Ni siquiera existen documentos sobre la supuesta ejecución a la que fue condenado. Por ello no hay prueba alguna de que ese personaje existiera realmente. Además, Pérez Zamora mantiene en su relato que existía una fotografía del pirata, aunque jamás ha aparecido tal instantánea. Lo que sí es cierto, según el propio profesor De Paz, es que «existió un delincuente común apodado “Cabeza de Perro” que actuó en los años veinte».

El ideal libertario
Los piratas, como personajes cargados de romanticismo, han sido los grandes protagonistas de poemas, leyendas y otros relatos. El mar, para la mayor parte de los autores, evoca la libertad y en él los piratas son los máximos exponentes de los seres humanos libres de cualquier atadura. Los marineros canarios también han evocado con sus poemas el amor al mar, dado el sólido vínculo que todo habitante tiene con él. Un ejemplo de este sentir generalizado lo recoge el poeta Nicolás Estévanez, que en una de sus estrofas expone: «Lo que vi desde la cuna / Lo amaré hasta la fosa / Es el mar de Tenerife / Y la bandera española».

Por otra parte no es cierto que los piratas usaran habitualmente el famoso estandarte con la tibia y las calaveras. Normalmente llevaban consigo banderas de todas las potencias que surcaban el océano. De esta forma se garantizaban la oportunidad de acercarse a sus víctimas sin levantar sospechas, cambiando su enseña según les convenía. Sí es cierto que con la expansión de la piratería en El Caribe muchos bucaneros sí llegaron a usar las calaveras, huesos o elementos más siniestros para adornar sus navíos y así infundir el temor a los que pretendían capturarlos. No hay que olvidar que la pena que les esperaba si eran cazados era la horca, un sistema de ejecución que se consideraba deshonroso para cualquier delincuente.

En cuanto a la estética del pirata romántico, que es la que ha llegado hasta nosotros gracias a la literatura y el cine, ha sido aportada por autores como Louis Stevenson, en «La isla del tesoro», y reafirmada por productos del cine como «Piratas del Caribe». No solo presentan a unos piratas preocupados por el pillaje, sino también con cierta virtud. Y sobre todo libres, pero no únicamente libres de las fronteras físicas y el anclaje a tierra firme, sino a las propias normas morales y sociales, que tan a menudo asfixian y oprimen. Desear ser un pirata es sin duda desear ser completamente libre, al menos sobre la base de una imagen idealizada de estos marineros. Hoy en día su imagen ha cambiado sustancialmente.

Fonte: http://www.abc.es/20110417/comunidad-canarias/abcp-piratas-predadores-20110417.html (17/04/2011)

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