Piratas y corsarios
VÍCTOR MANTECA VALDELANDE Los libros sobre piratas y corsarios ocupan un lugar muy destacado en la literatura de evasión y entre ellos quiero destacar la apasionante biografía del pirata gallego Benito de Soto y su barco Burla negra que con impecable maestría relató don José María Castroviejo.
El marcar la diferencia entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros nunca fue cuestión sencilla. Un antiguo Diccionario marítimo, usado en la Escuela naval militar, define al pirata como ladrón de mar, sin patente soberana, y equipara el pirateo a "correr la mar robando a toda ropa"; corsario es el que mandaba embarcación armada en corso, con patente soberana, atacando a embarcaciones de otras naciones enemigas.
La tradición naval española consideró pirata a quien, robando por cuenta propia, amenazaba la navegación; pues el corsario siempre se amparó en cierta moral de represalia y la patente concedida salvaba sus agresiones de ser calificadas como crimen o delito. Solía ser algún marino que ofrecía servicio y embarcación a la marina de un gobierno; sin embargo las actividades de pirata y de corsario se entreveraban, resultando que corsarios honorables para unos, tenían consideración de criminales para otros, recordemos a John Hawkins, Goll Cornelius o Walter Raleigh, personajes respetables en la Gran Bretaña. También figuran en crónicas y anales de la Marina española como peligrosos delincuentes con sus alias respectivos: Juan Acle, Pata palo y Guatarral. De hecho hasta Drake protestó por haber sido tomado por pirata en sus ataques a intereses españoles, pues actuaba como corsario de la reina de Inglaterra; sin embargo, dejó profunda memoria de la crueldad de sus rapiñas y saqueos terroristas, sirviendo de testimonio indudable los recuerdos y constancias que perviven en muchas villas y ciudades costeras españolas.
El corso marítimo fue una figura generalmente aceptada, mediante la cual los países que no podían disponer en algún momento de suficientes buques de guerra permitían armarse a los mercantes otorgando una patente de corso que, junto una fianza que las Ordenanzas de 1801 fijaron en sesenta mil reales, autorizaba para atacar y apropiarse de cualquier buque de un Estado enemigo, previa declaración oficial de "buena presa" por el tribunal correspondiente. Los abusos cometidos por afán de lucro y ambición dieron lugar a que la figura del corso fuera abolida a mediados del siglo diecinueve por un tratado internacional ratificado por España a comienzos del siglo veinte sustituyendo esta regulación por la de la Reserva naval activa.
Los bucaneros fueron un tipo de piratas caribeños que tomaron nombre de su oficio de vender carne ahumada en barbacoa (boucan) y en su Historia de la piratería Goose relata cómo, de cazadores, se convirtieron en piratas asesinos. Los filibusteros, por su parte, resultaron de la fusión entre bucaneros y antiguos corsarios sin empleo, operando en aguas caribeñas como pirateo amparado por Francia, Holanda y Gran Bretaña, que los empujaban contra España, en sus pretensiones coloniales, ofreciendo refugio y financiación; no obstante con el tiempo llegaron a ser piratas proscritos porque también estos países acabaron persiguiendo la piratería cuando, finalmente, consiguieron colonias propias en el continente americano.
En nuestras costas la piratería de normandos y vikingos se conocía desde tiempos medievales: ¡a furore normanorum liberanos domine! rezaban las antiguas letanías, y alguna se necesitó de la persuasión de San Gonzalo, obispo de Mondoñedo, que utilizaba oraciones como balas de cañón hundiendo naves normandas. Los piratas berberiscos, por su parte, atacaban a España en las costas mediterráneas y hoy en día también hay otros piratas que atacan a intereses españoles; pero estos, de momento, no salen en novelas de aventuras.
Fonte: http://www.laopinioncoruna.es/opinion/2011/08/25/piratas-corsarios/526259.html (25/08/2011)
El marcar la diferencia entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros nunca fue cuestión sencilla. Un antiguo Diccionario marítimo, usado en la Escuela naval militar, define al pirata como ladrón de mar, sin patente soberana, y equipara el pirateo a "correr la mar robando a toda ropa"; corsario es el que mandaba embarcación armada en corso, con patente soberana, atacando a embarcaciones de otras naciones enemigas.
La tradición naval española consideró pirata a quien, robando por cuenta propia, amenazaba la navegación; pues el corsario siempre se amparó en cierta moral de represalia y la patente concedida salvaba sus agresiones de ser calificadas como crimen o delito. Solía ser algún marino que ofrecía servicio y embarcación a la marina de un gobierno; sin embargo las actividades de pirata y de corsario se entreveraban, resultando que corsarios honorables para unos, tenían consideración de criminales para otros, recordemos a John Hawkins, Goll Cornelius o Walter Raleigh, personajes respetables en la Gran Bretaña. También figuran en crónicas y anales de la Marina española como peligrosos delincuentes con sus alias respectivos: Juan Acle, Pata palo y Guatarral. De hecho hasta Drake protestó por haber sido tomado por pirata en sus ataques a intereses españoles, pues actuaba como corsario de la reina de Inglaterra; sin embargo, dejó profunda memoria de la crueldad de sus rapiñas y saqueos terroristas, sirviendo de testimonio indudable los recuerdos y constancias que perviven en muchas villas y ciudades costeras españolas.
El corso marítimo fue una figura generalmente aceptada, mediante la cual los países que no podían disponer en algún momento de suficientes buques de guerra permitían armarse a los mercantes otorgando una patente de corso que, junto una fianza que las Ordenanzas de 1801 fijaron en sesenta mil reales, autorizaba para atacar y apropiarse de cualquier buque de un Estado enemigo, previa declaración oficial de "buena presa" por el tribunal correspondiente. Los abusos cometidos por afán de lucro y ambición dieron lugar a que la figura del corso fuera abolida a mediados del siglo diecinueve por un tratado internacional ratificado por España a comienzos del siglo veinte sustituyendo esta regulación por la de la Reserva naval activa.
Los bucaneros fueron un tipo de piratas caribeños que tomaron nombre de su oficio de vender carne ahumada en barbacoa (boucan) y en su Historia de la piratería Goose relata cómo, de cazadores, se convirtieron en piratas asesinos. Los filibusteros, por su parte, resultaron de la fusión entre bucaneros y antiguos corsarios sin empleo, operando en aguas caribeñas como pirateo amparado por Francia, Holanda y Gran Bretaña, que los empujaban contra España, en sus pretensiones coloniales, ofreciendo refugio y financiación; no obstante con el tiempo llegaron a ser piratas proscritos porque también estos países acabaron persiguiendo la piratería cuando, finalmente, consiguieron colonias propias en el continente americano.
En nuestras costas la piratería de normandos y vikingos se conocía desde tiempos medievales: ¡a furore normanorum liberanos domine! rezaban las antiguas letanías, y alguna se necesitó de la persuasión de San Gonzalo, obispo de Mondoñedo, que utilizaba oraciones como balas de cañón hundiendo naves normandas. Los piratas berberiscos, por su parte, atacaban a España en las costas mediterráneas y hoy en día también hay otros piratas que atacan a intereses españoles; pero estos, de momento, no salen en novelas de aventuras.
Fonte: http://www.laopinioncoruna.es/opinion/2011/08/25/piratas-corsarios/526259.html (25/08/2011)
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