Piratas y corsarios en el entresijo del mediterráneo

Texto de Víctor Morales Lezcano
VÍCTOR MORALES LEZCANO es Profesor Emérito (UNED-Madrid

Existe una tradición historiográfica en Gran Bretaña estrechamente ligada al mar y a la mar-océano. Ello no es exótico en la historiografía de la nación insular más destacada del viejo mundo. Cruzar los caminos y rutas del mar para enfrentarse a la flota portadora del pabellón de una potencia enemiga; o bien para maximizar los beneficios del comercio transoceánico. Ambos son los dos “leit-motiv” que emergen constantemente en esa historiografía desde Mattingly (la ruta -y derrota- de la “Spanish Armada”) hasta el último estudio comparativo de John Lynch sobre poder talasocrático, comercio y pugna hispano-ingleses en aguas del Atlántico.

A propósito de lo anterior, recuerdo que hace pocos meses que acaba de ponerse a la venta una amena y bien documentada monografía titulada “Pirates of Barbary.

Corsairs, Conquests and Captivity in the 17th Century Mediterranean” (Jonathan Cape, ed.). Su autor, Adrian Tinniswood, ha vuelto a remozar en este libro la saga de la piratería bereber en la cuenca del “Mare Nostrum” e, incluso, en las aguas que bañan las costas del noroeste del Atlántico.

La piratería, también practicada entonces por navíos fletados por cristianos, tejió unas redes de intereses complejos que Bartolomé Bennassar (por ejemplo), supo escudriñar con devoción, poniendo énfasis en la importancia de los cristianos conversos al Islam, renegados, en cuanto protagonistas de fuste de las incursiones musulmanas en España, Italia e islas correspondientes.

Si el abordaje a navíos de factura mercante fue un hecho crónico a lo largo del siglo XVII, no menos crónicos fueron las incursiones predadoras destinadas a la captura de esclavos, subastados todos ellos, más tarde, en la legendaria Argel que gobernaban los deyes, de fidelidad formal al imperio turco-otomano.

Con frecuencia, la república pirata de Rabat, pero muy en particular la regencia de Argel, dotaban de patente de corso a no pocos navíos previamente capitaneados por piratas renombrados. El halo del poder concesionario venía así a legitimar ciertos ataques navales, al tiempo que permitía desplegar al arráez de turno, una función de vigilancia protectora sobre alguna que otra nave destinada a transportar mercancías muy codiciadas en la época.

Ante todo el engranaje que Adrian Tinniswood ha conseguido articular, el lector puede llegar a sospechar que ya hubo una presunta guerra santa musulmana en los mares, bahías, costas y ensenadas del Mediterráneo, como si de un ¿choque de civilizaciones? se tratara.

Sin embargo, el autor no cae -no se desliza con alegría- por los anacronismos al uso, y sólo apunta tímidamente a la piratería actual en Somalia, pero poco más en tal sentido. Tinniswood parece estar convencido que cada historia es irrepetible en su más recóndita identidad.

La costumbre de legalizar la condición pirática fue, no sólo inclinación inglesa, sino que también los salteadores de caminos marítimos de origen berberisco recibieron el espaldadazo de sus contratistas y de las autoridades visiriales de Argel mediante el ascenso en la escala del oficio que conllevaba la concesión de la patente de corso.

Si aquellos episodios piráticos fueron un anticipo del choque de civilizaciones en el líquido elemento, ello no parece ser cuestión que perturbe la visión compleja y variopinta al tiempo, que Tinniswood nos ofrece de un siglo de cañones y velas como fue la centuria del XVII, tanto en el continente, como en los mares procelosos que lo circundaban.

Ésta es obra que, en verdad, deleita instruyendo.

Fonte: http://www.elimparcial.es/sociedad/piratas-y-corsarios-en-el-entresijo-del-mediterraneo-76140.html (24/12/2010)

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