Matar moscas a cañonazos

ANTÓN LUACES

En aguas del océano Índico -entre Mozambique, Somalia y las islas Seychelles- faenan actualmente medio centenar de barcos españoles y barcos de capital español abanderados en las islas. Posiblemente sean unos 500 los tripulantes españoles -en su mayoría gallegos y vascos- en esos buques. Son, a todos los efectos, objetivos especiales para los piratas que, cada vez más lejos de sus bases, actúan libremente asaltando pesqueros o cualquier otro tipo de buque que se ponga a su alcance. La inmensidad de aquellas aguas, la movilidad constante de la flota pesquera europea y africana para lograr capturas de atún, ofrecen poca seguridad a aquellos que buscan, a su vez, la rentabilidad económica que no logran en las aguas de sus países respectivos. Vascos y gallegos conocen sobradamente por qué van a pescar al Índico y por qué "vale la pena" correr riesgos en aquellas aguas. Lo mismo hicieron en su momento los marinos mercantes españoles que vivieron muy de cerca las consecuencias en la mar de la denominada Guerra del Golfo: si las compañías de seguros establecían primas compensatorias del riesgo que sus buques asegurados corrían, las tripulaciones marcaron también un mínimo -muy superior al inicialmente acordado en su contrato- que les hacía olvidar que se hallaban en zona de guerra y que, por esta, podrían verse en peligro.

Lo vivieron directamente muchos de nuestros marinos, algunos de ellos hoy jubilados.

Pescar en el Índico conlleva un riesgo. Las compañías de los barcos pesqueros lo saben. Y, aunque nada se dice de ello, es seguro que existe un sobresueldo que mitiga los miedos a ser apresado por un grupo de piratas.

La política pesquera poco tiene que decir allí. La política del miedo a la pérdida de vidas humanas hace que las armadoras y, estoy casi seguro, también los gobiernos, opten por el camino menos difícil: liberar a los suyos pagando el rescate.

Es un delito, sí; pero no conozco a nadie que justificaría que un familiar suyo muera en el barco porque no se ha podido o querido pagar lo que los piratas exigen. Estos juegan con la necesidad de la vida de los demás que, a su vez, es la vida para ellos.

También sería fácil decir que los atuneros españoles tienen tripulantes gallegos y vascos porque están bien pagados, remunerados como muy pocos lo están actualmente en el sector de la pesca. Las compañías armadoras pescan allí porque ya es de los pocos lugares del Globo en el que pueden hacerlo y lograr una rentabilidad no exenta de peligros. Pero optan por correr el riesgo, sabedores de que no siempre van a ser víctimas de los atropellos de aquellos que nada tienen que perder. Es el juego de los intereses de unos y otros; unos se llevan el pescado y otros se van con el barco al fondeadero donde ya se almacenan decenas de buques que esperan que alguien mueva ficha.

Sumemos buques de guerra y aviones, marinos profesionales que, igualmente, cobrarán un sobresueldo. ¿Cuánto cuesta todo esto, cuánto ganan las compañías atuneras para sostener este toma y daca, cuánto miedo existe en los políticos para ser capaces de ordenar la movilización de centenares de sus soldados, barcos y aviones, para dar resguardo a medio centenar de profesionales de la pesca a los que, en teoría, nada se les perdió en el Índico?

¿De verdad es responsabilidad de los gobiernos proteger a quien libremente ha optado por faenar en aguas peligrosas? ¿O se organiza un equipo militar para dar seguridad a otros buques con un cometido distinto y, de paso, echar una mano a los pescadores en caso de necesidad de estos?

El pescador también es libre de aceptar o no pescar en el océano Índico a cambio de un sobresueldo en euros. Hay quien se pregunta si esa libertad no corresponde asimismo a quien optaría por prohibir pescar en aquellas aguas porque así se acabaría con buena parte de los piratas.

Fonte: http://www.laopinioncoruna.es/mar/2011/01/14/matar-moscas-canonazos/456897.html (14/01/2011)

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