Somalia cumple 20 años sumida en la anarquía
Miembros de la fuerzas de seguridad gubernamentales patrullan por las calles de Mogadiscio. :: A. A. / AFP
El país situado en el cuerno de África comenzó en 1991 a fragmentarse y hundirse en el caos político y militar.
GERARDO ELORRIAGA
Al principio, se antojaba otro derrocamiento manu militari más, la caída de un dictador, algo tan habitual en las jóvenes republicanas africanas durante su breve historia. Cuando, en enero de 1991 Mohamed Siad Barre fue destituido, la previsión general era que otro tirano sería encumbrado por la triunfante coalición guerrillera, apoyada en los clanes tradicionales. Pero todo se torció. La alianza se desgajó en dos facciones que pronto se enfrentaron por las armas y en junio una restante aprovechó el desorden reinante para proclamar la secesión de facto del extremo noroccidental. Somaliland había nacido y Somalia se fracturaba, dando lugar a un creciente proceso de fragmentación que no ha dejado de agudizarse en estas dos últimas décadas. El país del cuerno de África es hoy técnicamente considerado un Estado fallido y, en la práctica, el pozo sin fondo para la ayuda humanitaria, un nido de piratas y extremistas radicales, una pesadilla geopolítica de la que no parece posible despertar.
La inviabilidad no es un fenómeno ajeno a su historia, al hecho de que la colonización no trasformó realmente un territorio ligado a ancestrales estructuras tribales y que el mandato de Siad Barre favoreció la catástrofe. Su régimen marxista de partido único, corroído por la corrupción, era ampliamente contestado y el megalómano deseo de crear una gran potencia regional fomentando la rebelión en las provincias etíopes de mayoría somalí lo condujo al fracaso bélico y la consiguiente ruina. El colapso parecía inevitable, aunque no cabía esperar un desastre de tales proporciones.
La comunidad internacional reaccionó ante la crisis humanitaria generada por la guerra en una de las áreas más pobres del planeta. EE UU incluso organizó un plan televisado de rescate. Pero el Black Hawk derribado sobre la capital se convirtió en todo un símbolo de la impotencia ante un caos casi ininteligible. El 80% de la ayuda humanitaria fue desviada al mercado extranjero y convertida en armas. La guerra se generalizó y el mundo se olvidó de un laberinto de nuevas repúblicas autónomas, treguas precarias y caudillos efímeros.
Similitudes con Afganistán
Desde entonces, Washington ha seguido buscando una solución mediante fuerzas interpuestas. Curiosamente, la evolución del conflicto sigue similares patrones a los establecidos en Afganistán. Frente a las luchas de los señores de la guerra, se erigió un poder paralelo fundamentado en el radicalismo islámico. Los Unión de Cortes Islámicas propugnó una paz basada en la implantación de la sharia. Cuando, en 2009 su expansión amenazaba la supervivencia del Gobierno de transición, una entidad reconocida internacionalmente pero sin apenas autoridad efectiva, EE UU apoyó la invasión etíope.
El puzle somalí se volvió a recomponer. Tras un inicial éxito, los abisinios se mostraron impotentes para mantener el control y abandonaron el país, las cortes dieron paso al movimiento Al-Shabab, vinculado a Al-Qaida, y el Gobierno federal recuperó su natural debilidad. Sharif Sheid Ahmed, el líder de la lucha contra los extranjeros se convirtió en el nuevo presidente, el enemigo de los americanos se transformó en su único aliado. Todo cambió para que la situación permaneciera igual. La irrupción de los piratas atrajo de nuevo el interés internacional. El corsarismo amenaza el golfo de Adén, espacio privilegiado del comercio marítimo mundial, pero lo que ocurre costas adentro apenas motiva la atención de los medios de comunicación si no implica el secuestro de un superpetrolero.
El país parece enquistado en su tragedia, que a veces adquiere tintes shakesperianos. La pasada semana el ministro de Interior fue asesinado en casa por su propia sobrina, kamikaze, que acudió al domicilio del político al parecer para dar cuenta de sus malas notas. También fue muerto Fazul Abdullah Mohammed, considerado uno de los líderes de Al-Qaida en África. El precio por su cabeza era de 3,5 millones de euros. Ayer, el primer ministro Mohamed Abdullahi Mohamed dimitió, víctima de un complot alentado por el jefe del Ejecutivo y el presidente de la Cámara. El pueblo se ha manifestado a su favor, algo insólito, pero es que el exdirigente tenía fama de íntegro, una circunstancia también inusual en la escena local. En cualquier caso, nada parece especialmente relevante en su devenir. Somalia ha cumplido veinte años de anarquía. Quizás lo peor está por llegar.
Fonte: http://www.laverdad.es/murcia/v/20110621/mundo/somalia-cumple-anos-sumida-20110621.html (21/06/2011)
El país situado en el cuerno de África comenzó en 1991 a fragmentarse y hundirse en el caos político y militar.
GERARDO ELORRIAGA
Al principio, se antojaba otro derrocamiento manu militari más, la caída de un dictador, algo tan habitual en las jóvenes republicanas africanas durante su breve historia. Cuando, en enero de 1991 Mohamed Siad Barre fue destituido, la previsión general era que otro tirano sería encumbrado por la triunfante coalición guerrillera, apoyada en los clanes tradicionales. Pero todo se torció. La alianza se desgajó en dos facciones que pronto se enfrentaron por las armas y en junio una restante aprovechó el desorden reinante para proclamar la secesión de facto del extremo noroccidental. Somaliland había nacido y Somalia se fracturaba, dando lugar a un creciente proceso de fragmentación que no ha dejado de agudizarse en estas dos últimas décadas. El país del cuerno de África es hoy técnicamente considerado un Estado fallido y, en la práctica, el pozo sin fondo para la ayuda humanitaria, un nido de piratas y extremistas radicales, una pesadilla geopolítica de la que no parece posible despertar.
La inviabilidad no es un fenómeno ajeno a su historia, al hecho de que la colonización no trasformó realmente un territorio ligado a ancestrales estructuras tribales y que el mandato de Siad Barre favoreció la catástrofe. Su régimen marxista de partido único, corroído por la corrupción, era ampliamente contestado y el megalómano deseo de crear una gran potencia regional fomentando la rebelión en las provincias etíopes de mayoría somalí lo condujo al fracaso bélico y la consiguiente ruina. El colapso parecía inevitable, aunque no cabía esperar un desastre de tales proporciones.
La comunidad internacional reaccionó ante la crisis humanitaria generada por la guerra en una de las áreas más pobres del planeta. EE UU incluso organizó un plan televisado de rescate. Pero el Black Hawk derribado sobre la capital se convirtió en todo un símbolo de la impotencia ante un caos casi ininteligible. El 80% de la ayuda humanitaria fue desviada al mercado extranjero y convertida en armas. La guerra se generalizó y el mundo se olvidó de un laberinto de nuevas repúblicas autónomas, treguas precarias y caudillos efímeros.
Similitudes con Afganistán
Desde entonces, Washington ha seguido buscando una solución mediante fuerzas interpuestas. Curiosamente, la evolución del conflicto sigue similares patrones a los establecidos en Afganistán. Frente a las luchas de los señores de la guerra, se erigió un poder paralelo fundamentado en el radicalismo islámico. Los Unión de Cortes Islámicas propugnó una paz basada en la implantación de la sharia. Cuando, en 2009 su expansión amenazaba la supervivencia del Gobierno de transición, una entidad reconocida internacionalmente pero sin apenas autoridad efectiva, EE UU apoyó la invasión etíope.
El puzle somalí se volvió a recomponer. Tras un inicial éxito, los abisinios se mostraron impotentes para mantener el control y abandonaron el país, las cortes dieron paso al movimiento Al-Shabab, vinculado a Al-Qaida, y el Gobierno federal recuperó su natural debilidad. Sharif Sheid Ahmed, el líder de la lucha contra los extranjeros se convirtió en el nuevo presidente, el enemigo de los americanos se transformó en su único aliado. Todo cambió para que la situación permaneciera igual. La irrupción de los piratas atrajo de nuevo el interés internacional. El corsarismo amenaza el golfo de Adén, espacio privilegiado del comercio marítimo mundial, pero lo que ocurre costas adentro apenas motiva la atención de los medios de comunicación si no implica el secuestro de un superpetrolero.
El país parece enquistado en su tragedia, que a veces adquiere tintes shakesperianos. La pasada semana el ministro de Interior fue asesinado en casa por su propia sobrina, kamikaze, que acudió al domicilio del político al parecer para dar cuenta de sus malas notas. También fue muerto Fazul Abdullah Mohammed, considerado uno de los líderes de Al-Qaida en África. El precio por su cabeza era de 3,5 millones de euros. Ayer, el primer ministro Mohamed Abdullahi Mohamed dimitió, víctima de un complot alentado por el jefe del Ejecutivo y el presidente de la Cámara. El pueblo se ha manifestado a su favor, algo insólito, pero es que el exdirigente tenía fama de íntegro, una circunstancia también inusual en la escena local. En cualquier caso, nada parece especialmente relevante en su devenir. Somalia ha cumplido veinte años de anarquía. Quizás lo peor está por llegar.
Fonte: http://www.laverdad.es/murcia/v/20110621/mundo/somalia-cumple-anos-sumida-20110621.html (21/06/2011)
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