Ignacio Reguera. La historia de un pirata

Tan importante era el “comercio directo” que los virreyes mostraban preocupación cuando las naves retrasaban su llegada

Entre 1780 y 1796 realizó varias incursiones desde Montevideo a Santa Catarina.

Desde mucho antes de la creación del Virreinato, Buenos Aires era una ciudad pujante que vivía del comercio, principalmente del “comercio directo”. Este se basaba en antiguas leyes del mar: un barco anclaba en Buenos Aires y el capitán solicitaba “asilo” pretextando averías.

Hasta que las mismas fueran reparadas, el capitán podía vender la carga, quedarse en la ciudad y comprar productos locales para luego llevarlos allende el mar. Esta situación que en teoría debía ser excepcional se había convertido en la regla y más del 80% de los productos que se introducían a Buenos Aires provenían de Francia, Holanda, Estados Unidos, Hamburgo o el Brasil.

Tan importante era el “comercio directo” que los virreyes mostraban preocupación cuando las naves retrasaban su llegada y la población reclamaba ante los pocos y caros bienes provenientes de la metrópoli. Sin embargo, los convoyes extranjeros provenientes del Atlántico podían sufrir ataques de parte naves comandadas por piratas, que capturaban las cargas y las revendían en Buenos Aires.

Entre los piratas que asolaban nuestras costas centraremos nuestra atención en Ignacio Reguera uno de los piratas más jóvenes y temidos de su tiempo.

Entre 1780 y 1796 realizó varias incursiones desde Montevideo a Santa Catarina. Su caso es interesante porque en el expediente conservado se registran todas las embarcaciones que atacó y se describen sus operaciones desde el 2 de abril de 1780 al 6 de mayo de 1796. Había nacido en Colonia del Sacramento, vivió en Montevideo donde realizó tareas navales para luego pasar a Buenos Aires. Fue empleado con 17 años en el barco portugués Santo Tomé hasta que lideró un motín y tomó el control de la nave.

Los testimonios dan cuenta de su crueldad: se dice que al capitán, un tal Joao Ferreira le cortó las manos y luego lo colgó boca abajo del mástil para luego de varias horas degollarlo. Ese día toda la oficialidad fue asesinada. El pretexto eran los malos tratos, la retención de sueldos y la inacción ante una epidemia que había diezmado a la tripulación.

Ignacio Reguera supo entonces que su destino estaba sellado, había cometido un crimen que solo podía pagar con su vida, tenía bajo su control un barco. La piratería era la única manera de poder sobrevivir.

El Santo Tomé llamado ahora “El bravo” según algunos documentos coloniales se encargó de atacar a las naves que salían de Buenos Aires rumbo a Europa. Era una nave ligera, rápida y con armamento suficiente para ser temida. Y los actos de crueldad de Reguera fueron acrecentados por los cronistas y oficiales a medida que el tiempo pasaba.

Cuando el 8 de julio de 1794 abordan la nave “Nuestra Señora de la Merced” engrillo a la mitad de la tripulación y luego los arrojó al mar. Al capitán del San José le hizo beber oro derretido. Las autoridades pronto intentan darle caza pero siempre los elude. Lo avistan en Colonia, Montevideo, Buenos Aires, Quilmes y en Patagones, tan pronto como en las costas del Brasil. Los oficiales de la armada tenían informes de que pagaba a sus marineros $16 al mes y que además estos tenían derechos sobre el botín, también, dato curioso, las autoridades destacan que jamás atacaba en domingo ni en fiestas de guardar.

En 1795 las autoridades portuguesas exigen a Buenos Aires la captura de “El bravo” pero estas responden que el mismo es demasiado elusivo, entonces aquellos respondieron con una advertencia: si Ignacio Reguera volvía a atacar, ellos mismos se lanzarían a capturarlo “incluso a las puertas de Buenos Ayres”. Por su parte, varios comerciantes británicos y alemanes habían presentado quejas recurrentes contra el pirata.

Un intento británico de dar a pique a la nave había fracasado: el Queen Elizabeth no sólo fue saqueado, sino además hundido con su tripulación a pocos kilómetros de Santa Catarina. Durante unos meses no hubo más noticias, españoles y portugueses lo buscaron por igual.

Confiado en su éxito y sabedor del temor que se le tenía Ignacio Reguera decidió dar un paso más y comenzó a saquear zonas costeras. Fue contra Quilmes y llegó a hasta San Fernando realizando pequeños pero cada vez más osados actos de pillaje.

Su éxito cambia en mayo de 1796 cuando tras un ataque frustrado y con su goleta averiada emprende una fuga hacia la costa sur del Virreinato español. Se realizó entonces una emboscada. Naves fuertemente armadas comenzarían a perseguirlo mientras que otros cinco barcos estarían a la altura de Quilmes esperándolo.

El 6 de mayo, “El Bravo” se encuentra atrapado entre dos fuegos. Inútilmente responden a los cañonazos y disparos. Cerca del mediodía la nave está ya prácticamente inutilizada y los incendios apenas si pueden ser apagados, entonces los marineros de “El bravo” se arrojan a las aguas.

Todos son capturados mientras el barco pirata comienza a hundirse a pocos quilómetros de la costa. La nave Nuestra Señora del Buen Suceso, comandada por Joaquín de Almedia divisa a Ignacio Reguera, aún en la nave y es por su testimonio que sabemos el fin del pirata.

Una vez que este viera como el último de sus hombres subía a una chalupa se disparó en la cabeza con su pistola. Fue el último tiro que se escuchó aquel día y según Almedia, todos los marinos de “El Bravo” con un profundo silencio despidieron a su capitán que se hundía con su nave.

Fonte: http://notio.com.ar/historia/ignacio-reguera-la-historia-de-un-pirata-12385 (14/05/2011)

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