Velas negras y calaveras

Contrario a lo que se cree, no existió la “Ley Pirata”; ésas son fantasías demócratas. Los tripulantes de un barco piratón votaban por acuerdos, modos de reparto de lo ganado, jefaturas y decidían quién sería el capitán.

México.- Los piratas están de moda con el estreno este fin de semana en todo el mundo de la saga Piratas del caribe 4. Por otro lado, si usted se encuentra en la necesidad de comprar o vender productos piratas sabe que comete un ilícito y se halla en riesgo de que lo llamen loco o demente si para usted aplica el apelativo pirata. ¿Es justificada la imagen que el mundo tiene de los bucaneros?

Los desheredados de Adán
La raíz del problema fue la repartición del botín. Hallado un Nuevo Mundo con su cauda de riquezas, el pleito original lo provocaron todos aquellos que se quedaron fuera del negocio. Considerando que aparte de Portugal y España nadie en el Viejo Mundo conocía la ruta o el modo de llegar a ese lugar.

Irónico, el rey de Francia comentó: “¿Cómo que han repartido el mundo (…) sin darme mi parte? Que muestren el testamento de Adán, para saber si solamente les dejó a ellos por herederos y señores de aquellas tierras que han tomado entre los dos sin darme nada y que por tal causa es lícito robar y tomar todo lo que se pueda por la mar”. Se entiende entonces que un pirata norafricano de los que roban toneladas de aluminio en gigantescos cargueros frente a las costas de Somalia, un chilango que comercia con devedés clonados o un chino que utiliza el logo del IMSS para su empresa, son todos herederos de la vieja profesión; piratear no es más que apropiarse de lo que no es de uno y si es por las malas, mejor.

Pata de palo, perico y parche
Desde 1493 hasta el 1700 y un poquito más, los piratas, corsarios, filibusteros y bucaneros sentaron sus reales en las aguas de Las Indias Occidentales o West Indies según los ingleses. Es desde estas islas desdeñadas por los católicos como “Islas Inútiles” donde los protestantes emergen como contrabandistas y enemigos de todo aquello que huela a Imperio Español. Contrario a lo que se imagina, el asalto a las naves de La Flota española, en casi dos siglos, no representó el verdadero poderío pirata, siendo sólo cuatro barcos cargados de riquezas los que fueron abordados según consta en documentos de la época. Los holandeses estaban más preocupados por hacer dinero comerciando con sal y la fuerza corso-pirata hizo del negocio del azúcar, el tabaco y el intercambio de esclavos por cueros, carne de res y otros productos su verdadero modo de vida. Las ratas de mar destruyeron y quemaron ciudades hispanas en repetidas ocasiones, sembrando el terror. Campeche, Veracruz, Portobello, Nombre de Dios, Santo Domingo, Cartagena de Indias, Maracaibo, San Juan, Santa Marta y La Habana sufrieron ataques constantes y tuvieron que pagar con lo poco que tenían para que los dejaran en paz, algo así como el modus vivendi de Los Zetas o La Familia michoacana.

Contrario a lo que se cree, no existió la “Ley Pirata”; ésas son fantasías demócratas. Los tripulantes de un barco piratón votaban por acuerdos, modos de reparto de lo ganado, jefaturas y decidían quién sería el capitán. Destituían mandos por mayoría o se amotinaban si sus demandas no eran tomadas en cuenta. Los piratas vivieron al margen del monopolio, fuera de la regla, a veces trabajaban para un rey, una reina o alguna compañía comercial. El mejor postor. En todo caso, islas como Tortuga, Jamaica, Tortola y Gran Bahamas se erigieron como puntos donde los gobernadores se hicieron de la vista gorda frente a los productos, esclavos incluidos, que la gente mercaba en sus puertos. La corrupción estaba a la orden del día. Sitios en los que un buen botín no dura más de veinte días de vida de excesos con prostitutas y alcohol a raudales. Al final, los caminos de la vida no son como ellos pensaban y la venganza llegaba en forma de escorbuto y malaria que mataban más aventureros que la policía imperial.

Los conflictos religiosos son el pan nuestro de cada día. El sol quema y los mosquitos se vuelven insoportables. El ron se bebía hervido y mezclado con manteca o mantequilla. Leyendas como la del “destello verde” (o green flash) no son de película: es un efecto óptico a la puesta del sol mucho menos fantástico, pero discreto y real, muy real. El universo pirata brilla. Si algún miembro de la tripulación se pasa de listo, los castigos pueden ir del encierro y los azotes, a ser clavado por la oreja o la nariz a alguna parte de la nave. Lo peor, ser amarrado y echado por la proa de tal modo que mientras el barco navega el desgraciado traga agua hasta que se le hinchan los pulmones. En casos de faltas graves se le deja a uno en un banco de arena con una pistola, una bala y una botella de ron. Ya será decisión del náufrago darse un balazo o dejarse ahogar por la marea. Es en este mar donde terribles sujetos forjaron sus leyendas: Jack Rackham, Anne Bonny, Mary Read, De Graaf, El Florín, El Olonés, Hendrijks, H. Morgan, Ducasse, Grammont, Francis Drake, Hawkins, Rok Brasiliano, Andrieszoon y Henry Every, entre otros tantos hicieron de este uno de los rincones más oscuros y rentables del mundo.

Mar que se desvaneció
Los piratas siguen entre nosotros, pero corsarios, bucaneros y filibusteros desaparecieron. Una vez quebrantado el dominio español y con las colonias y las posesiones holandesas, inglesas y francesas reconocidas por los grandes poderes europeos, su existencia significaba un peligro para el comercio a gran escala. La eficacia de las marinas reales y sus sofisticados buques de guerra eliminaron a los vendedores de cueros, productores de carne ahumada, ladrones y corsarios que trabajaban con papeles.

Su extinción de las aguas caribeñas, en el primer cuarto del siglo XVIII, dejó un hueco que la imaginación, las leyendas y las películas siguen llenando. Y es que después de todo, la búsqueda de aventuras, huir de los impuestos y las deudas, o como muchos pobres diablos, tan sólo lograr escapar de la suegra y la esposa en casa, siempre sonó tentador. El Caribe, el ideal de una vida sin futuro, peligrosa, vital, idóneo para buscar fortuna y gloria de un solo golpe. Cientos de miles jamás volvieron a sus lugares de origen. La mayoría murió en la pobreza, en la enfermedad, la locura o bajo las flechas envenenadas de los indios. La imagen idílica de una recua de mulas cargadas con piezas de plata y oro enloqueció a Europa. Ahora, con calma, piratéese un poco y verá los fantasmas de barcos de velas negras y calaveras llenos de esclavos africanos deslizándose sobre esa mar oscura al tiempo que el Dios Murciélago chilla y bate el vuelo sobre un cielo saturnal bordado con diamantes, cubriéndolo todo, el sufrimiento y la muerte, la ambición y la miseria, la sangre y la libertad.

Fonte: http://www.milenio.com/node/724677 (22/05/2011)

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